Sunday, August 16, 2009

Cristo desnudo de Cellini



A los turistas que visitan el Monasterio de El Escorial suele llamarles la atención el Cristo en marmol de Benvenuto Cellini, un regalo que Francisco de Medicis hizo a Felipe II. Más allá de las armoniosas proporciones de la figura, de la delicadeza con la que está tallada cada articulación de su anatomía o del resplandor blanco de la piedra, el espectador se queda pasmado al descubrir que el Cristo está totalmente desnudo y que los conservadores colocan un paño de tela para cubrir sus genitales.

Benvenuto fue un artista del Renacimiento educado en la más pura tradición clasicista. Nacido en Florencia, se formó en el taller de Miguel Ángel y de su haber destacan no sólo monumentales esculturas, sino también pequeños piezas de orfebrería y bajo relieves.

Según lo que veníamos comentando esta obra tendría bastante que ver con un maniquí, puesto que sólo está tallado su cuerpo. Lo que no es su cuerpo: la cruz y el paño no es marmol. La piedra, el material que trabaja el escultor, ha sido reservada para la carne de la figura. Sin embargo el Cristo de Cellini y un maniquí no tienen nada que ver.

Mientras el espectador casi puede oir el último suspiro del Cristo de Cellini, ante un maniquí sólamente se da cuenta de lo bien que le queda la ropa. Cubrir al cristo de Cellini sería perder de vista una obra de arte, cubrir a un maniquí es una necesidad comercial. La desnudez del cristo de Cellini es una apuesta por la belleza, la de los maniquíes, simple pragmatismo.

Así que en la desnudez tampoco radica la naturaleza de los maniquíes.

Friday, August 14, 2009

Sobre la desnudez de los maniquíes



Delante del Cristo atado a la Columna de Gregorio Fernández siempre me pregunto por qué el escultor decidió hacer el pañal del mismo material que la carne, mientras que los ojos son dos bolas de cristal y las uñas unos pedazitos de marfil. ¿Por qué no eligió otro material para el pañal? Existen numerosos ejemplos de la escultura barroca española en los que las figuras son vestidas como si fueran personas reales, con telas y estofas auténticos. Pero Gregorio Fernández, tal vez más clasicista que otros artistas de la época, prefirió un único material para todo el volumen de la obra, y sólo algunos pequeños detalles los trabajó en marfil, resina o cristal.

Con el tiempo me he dado cuenta de que a lo largo de la Historia de la escultura occidental es más frecuente que los tejidos se esculpan. Sólo en algunos momentos, como durante el Barroco andaluz, la voluntad hiperrealista hace que las esculturas se vistan con ropas que podríamos utlizar las personas de carne y hueso. Así que el Cristo atado a la Columna de Gregorio Fernández no es una excepción a la regla en este sentido, ya que su paño está tallado en madera.

Pero debemos admitir, que la utilización de un sólo material para representar las distintas superficies es una licencia de la escultura, muy parecida al blanco y negro del grabado tradicional. Sin duda hacer las uñas de marfil, el pelo de pelo, los ojos de cristal y la tela de tela supone un acercamiento mucho mayor a las dimensiones y reglas de la realidad. Ya que si la carne es madera, la tela no puede ser madera, debe ser de otro material.

Según esto los maniquíes serían también una representación hiperrealista, puesto que son sólo un cuerpo que después vestimos y todo lo que no es cuerpo no forma parte de maniquí. Pero como explicaremos a continuación, la desnudez de los maniquíes no tiene nada que ver con la desnudez de las esculturas.

Thursday, August 13, 2009

Mi maniquí antiguo

Lo vi entre los relojes de la almoneda. Mi maniquí de palo, viejo y polvoriento. Una cabeza mal tallada sobre el torso abultado y un bastidor. Los brazos eran rígidos como los de un playmobil. Su mirada, a penas subrayada por una línea negra.
Sin embargo no pude resistirme. Decidí hacer un trueque. Lo cambié por mi cadena de música, que estaba estropeada. Al principio el anticuario no se sintió muy convencido y pensó que saldría perdiendo, pero después se dio cuenta de que mi maniquí debía estar en mis manos, de que había algo entre esa torpe escultura y yo. Algo que yo estaba queriendo decir desde hacía unos meses y que la escultura decía con su mera presencia.

Mi maniquí no es una escultura. Mejor dicho, mi maniquí es media escultura. De cintura para abajo es una especia de taburete. Un mueble. De cintura para arriba es el busto de una dama. Mide unos 30 centímetros. Creo que en su día debió servir para mostrar en miniatura la ropa de una mujer. Por esto, cuando lo vi por primera vez pensé que era una virgen de vestir, ¿qué sentido tenía un maniquí tan pequeño? El anticuario me aseguró sin embargo que era un maniquí.

Los maniquíes me inquietan. Siempre lo han hecho. Son esculturas desnudas, en las que sólo está tallado el cuerpo, puesto que la ropa es la que llevaremos nosotros más adelante. Tienen esa misma cosa fúnebre y morbosa del muñeco de cera o de la muñeca de porcelana, que es su desnudez. La naturaleza del maniquí radica en su falsa desnudez, en su reclamo de ser vestidos como personas vivas. ¡Qué grande es la decepción del niño al descubrir que bajo las ropas del maniquí no hay carne!

Mi maniquí antiguo miente la mitad de lo que mienten el común de los maniquís y por eso me gusta. Por eso mismo me interesa, porque es la mitad de mentiroso: sólo de cintura para arriba. De cintura para abajo es puro artificio, es la trampa desnuda, es el truco visto. Y esto me parece maravilloso por lo que tiene de honesto.